Al fin el letrero válido que da la
entrada al centro del bosque. El centro está compuesto de
grandes y viejos árboles. Hay penumbra en todo
este espacio y el suelo está despejado, sólo hay musgo y algunas hojas. Esta gruta verde es una especie de salón para reunirse con otros y descansar, aunque no para habitar de modo permanente.
Se escucha un fino rumor de agua. Voy hasta el
punto, es un chorrillo que se desliza
entre las quilas. Sigo subiendo y un poco más allá, hay un claro soleado, no
muy extenso, en ese lugar sí se puede construir una casa. Como muchos habitantes del bosque, necesitamos una caparazón y es una de las primeras cosas que deberíamos aprender a construir.
Luego de un trecho llegó hasta el segundo recinto del bosque de Olivillos. Aquí están los árboles como siempre fueron en estas costas, grandes y fuertes. En este sitio está la mayor concentración de los que quedan. Hacia abajo la mirada se encuentra con el mar, las rocas y la espuma. Aún con árboles el sitio es soleado.
Siento que en este lugar el tiempo se
condensa, es pasado y es presente. Está
muy lejos atrás, ha sido así durante mucho tiempo,pero le veo ahora. Mi visión
es sólo un destello ¿Pero cuánto dura ese destello?
Tomo algunas fotos y me parece que
es hora de regresar. Sigo el sendero señalizado, más cerca del
mar, aquí hay varios miradores. Hay magníficas vistas de la ladera del bosque hacia el mar. Bastante lejos se ve una
construcción. Es un privilegio tener un
lugar para vivir aquí. No saco fotografías, confío estas vistas sólo a mis ojos.
Camino rápido entre los setos del jardín laberinto, voy en bajada. El
intento de acercarme al último mirador se hace largo y me devuelvo, ahora cada
minuto cuenta para tomar el bus de regreso. Abandono entre los arbustos mi
bastón de marcha y llegó a la entrada que ya está cerrada. El cuidador sale de la casa para abrirme y nos despedimos.
Tomo el camino asfaltado, voy por
su berma. Siempre está la idea de encontrar el mejor lugar para vivir. Ya
hay bastantes casas en Curiñanco, pero a diferencia de Niebla tiene una
planicie extensa. Observo los sitios y las casas, la mayoría pequeñas. Nada es parecido a mi idea, ni casas, ni distancias, ni cercos. Camino unos 20 minutos en la última luz del
atardecer, veo a un par de personas cortando el pasto o arreglando sus patios.
Un perro cruza la carretera para investigar al caminante y luego se aleja, todo
está muy tranquilo.
Al recorrer estos parajes la sensación de distancia se hace fuerte
cuando debo regresar. Siempre hay que esperar y prefiero hacerlo en movimiento en la
dirección del regreso. Si el
horario del bus no se cumple debo caminar 25 km... Otros vehículos pasan sólo cada cierto tiempo.
Si has dejado pasar uno, puede tardar una hora el siguiente y habrá que ver si
te lleva.
Veo a la distancia a alguien
esperando cerca de una garita, me acerco y aparece el bus que aún debe ir hasta el final para dar la vuelta.
Saludo al pasajero y comenzamos a hablar de los buses y de la leña. Es un
profesor recién jubilado, viene a ver una cabaña que tiene aquí. Hay charla para todo el regreso.