Mágica Bicicleta Amarilla*
Sol de
otoño, sábado por la tarde. La bicicleta
dejo de ser un artefacto guardado en la leñera. Abandoné las excusas y
volvieron las ganas de pasear.
Árboles,
hojas, luz. La velocidad justa para mirar todo, para acompasar la marcha con la
brisa, buscando las calles menos transitadas. En una ciudad como Valdivia la
bicicleta en pocos minutos une espacios y recuerdos.
Como si
de un túnel en el tiempo se tratase, tomo la cuesta de la calle Bueras hacia
los barrios bajos. Paso frente a los
restos de la parroquia La Merced quemada no hace mucho. Bueras con Phillipi,
el barrio de mis primeros dos años, esa casa ya no existe.
En la
acera crepitan las hojas al paso de la bicicleta frente al hotel Naguilan,
locación perfecta para una película de los años 30.
Llego a
Miraflores, voy hasta el muelle frente
al Islote. Una avióneta planea al borde de la ciudad. Brillan las
hojas de los sauces al otro lado del río.
Sólo me
quedo unos instantes y sigo por Miraflores, tomo la calle Arica. Me atraen
estos barrios viejos marcados por el terremoto. Perviven instalados
en lo precario. Sólo si hubiese tenido unos años más podría haber
comparado el antes y después de la ciudad.
El desvencijado primer muelle de la calle Arica
ha sido más de una vez parte de un sueño. Ahora entre los remolcadores y los
barcos pesqueros emerge y se vuelve a hundir un lobo marino, más allá entre los
juncales hay cisnes.
Encuentro
una casona, es la fábrica de la Confitería Sur, compraría algún chocolate pero
no se ve ni un movimiento a través de los vidrios sin cortinas, los portones
están cerrados.
La
ciudad se va desinstalando a través de esta calle. Astilleros y canchas de
acopio de madera. El desvío al muelle de las Mulatas. Camino de ripio
poco apto para pasear, pero por suerte hacia Angachilla, al costado del camino
hay una acera de tierra bien aplanada. Cientos de metros al borde de los
juncales, una casa con muelle y botes
amarrados. Entre los juncos hay un sendero de agua, por ahí salen al río.
Este es el fin de la ciudad, sin embargo hay casas precarias y polvorientas,
con muebles destartalados en los patios. Me recuerdan las casas y palafitos de
Puerto Limón.
Hacia
el oeste, las vegas, extensiones inundadas. Más allá los montes de pinos, el sol que comienza a
bajar, el horizonte sin nubes. El paisaje como límite. Más allá no hay nada conocido. La visión se
disuelve en la luz y el vacío. Un paisaje metafísico o quizás (del límite hacia
adentro) un paisaje onírico, esa
cualidad tienen estos lugares. Pienso en la
materia de los sueños. Los sueños sentidos como más reales que lo real,
pero eso está ocurriendo aquí ahora mismo…
Entonces
regreso. En los rayos de la bicicleta se va hilando el vestido invisible de los
recuerdos…
En la
calle Guillermo Frick después de pasar la casa con palmeras, al este sobre el
borde del monte veo la luna llena, la más grande que es posible ver aquí. La
tarde me ha regalado esta moneda de plata. Creo que regresaré a casa por la
costanera.
*Ignacio Barrientos (2006) (E.2015) (Fotos 2015)