martes, 19 de mayo de 2015

El Parque Harnecker (Mi lugar en la ciudad)


Hay lugares en el centro de una ciudad que pueden pasar desapercibidos. Más de una vez encontré esos lugares olvidados. Olvidados para la mayoría, porque hay gente que los ha descubierto y los disfruta, este es el caso del Parque Harnecker, el parque central de mí ciudad. Claro que no siempre fue central, décadas atrás estuvo en uno de sus extremos,vecino al antiguo cementerio,hoy desaparecido, hasta los cementerios mueren...

Para los días sin lluvia necesito un lugar al aire libre que no sea tan expuesto como una plaza o la costanera. Un lugar para esperar entre trámites y para descansar,pensar o escribir. Esto antes o después de la obligada visita al supermercado que está enfrente.




La gente utiliza los mesones y bancos hechos con la madera de los añosos árboles que ya deben talar. Jóvenes y adultos compran cervezas y alimentos en el super y pasan la tarde ahí, a veces hago lo mismo.
Hay quienes corren o juegan fútbol.Las familias de barrios cercanos vienen a celebrar cumpleaños o hacen parrilladas. Las parejas actúan con cierta discreción, no hay lugares frondosos donde aventurarse a más… aunque quizás me equievoque.









Unos cuantos obreros municipales y un par de guardias laboran cada día. Las bodegas de herramientas y materiales están en una de las salidas. Trabajar aquí es mejor que en cualquier otro lado, siempre habrá tiempo para fumar un cigarrillo o conversar tranquilamente sentado en los bancos o tirado sobre el césped.






No hay mejor sitio para pasa un día caluroso o templado. Si esperamos la luz del atardecer podremos llevarnos a casa algo del oro y la plata esparcidos por todo el lugar.





miércoles, 6 de mayo de 2015

Pensamientos en Bicicleta 1

                                          
            Mágica Bicicleta Amarilla*

Sol de otoño, sábado por la tarde.  La bicicleta dejo de ser un artefacto guardado en la leñera. Abandoné las excusas y volvieron las ganas de pasear.

Árboles, hojas, luz. La velocidad justa para mirar todo, para acompasar la marcha con la brisa, buscando las calles menos transitadas. En una ciudad como Valdivia la bicicleta en pocos minutos une espacios y recuerdos.

Como si de un túnel en el tiempo se tratase, tomo la cuesta de la calle Bueras hacia los barrios bajos. Paso frente a los restos de la parroquia La Merced quemada no hace mucho. Bueras con Phillipi, el barrio de mis primeros dos años, esa casa ya no existe.
En la acera crepitan las hojas al paso de la bicicleta frente al hotel Naguilan, locación perfecta para una película de los años 30.




Llego a Miraflores, voy hasta el muelle  frente al Islote. Una avióneta planea al borde de la ciudad. Brillan  las hojas de los sauces al otro lado del río.

Sólo me quedo unos instantes y sigo por Miraflores, tomo la calle Arica. Me atraen estos barrios viejos marcados por el terremoto. Perviven instalados en lo precario. Sólo si hubiese tenido unos años más podría haber comparado el antes y después de la ciudad.



El  desvencijado primer muelle de la calle Arica ha sido más de una vez parte de un sueño. Ahora entre los remolcadores y los barcos pesqueros emerge y se vuelve a hundir un lobo marino, más allá entre los juncales hay cisnes.




Encuentro una casona, es la fábrica de la Confitería Sur, compraría algún chocolate pero no se ve ni un movimiento a través de los vidrios sin cortinas, los portones están cerrados.

La ciudad se va desinstalando a través de esta calle. Astilleros y canchas de acopio de  madera. El desvío  al muelle de las Mulatas. Camino de ripio poco apto para pasear, pero por suerte hacia Angachilla, al costado del camino hay una acera de tierra bien aplanada. Cientos de metros al borde de los juncales, una casa con  muelle y botes amarrados. Entre los juncos hay un sendero de agua, por ahí salen al río. Este es el fin de la ciudad, sin embargo hay casas precarias y polvorientas, con muebles destartalados en los patios. Me recuerdan las casas y palafitos de Puerto Limón.

Hacia el oeste, las vegas, extensiones inundadas. Más allá  los montes de pinos, el sol que comienza a bajar, el horizonte sin nubes. El paisaje como límite.  Más allá no hay nada conocido. La visión se disuelve en la luz y el vacío. Un paisaje metafísico o quizás (del límite hacia adentro) un  paisaje onírico, esa cualidad tienen estos lugares. Pienso en la materia de los sueños. Los sueños sentidos como más reales que lo real, pero eso está ocurriendo aquí ahora mismo…

Entonces regreso. En los rayos de la bicicleta se va hilando el vestido invisible de los recuerdos…
En la calle Guillermo Frick después de pasar la casa con palmeras, al este sobre el borde del monte veo la luna llena, la más grande que es posible ver aquí. La tarde me ha regalado esta moneda de plata. Creo que regresaré a casa por la costanera.






*Ignacio Barrientos (2006) (E.2015) (Fotos 2015)